Pese a su tamaño, los caballos son presas para los depredadores. En estado salvaje, sobreviven fundamentalmente a base de huir corriendo. Eso hace que sean miedosos y estén constantemente en estado de alerta. No hay movimiento, intención o cambio en su entorno inmediato que escape a su atención. Su sensibilidad y sus rápidas reacciones te obligan a ser consciente de un modo integral de cómo te comportas cuando tratas con ellos.
Si el caballo nos aporta incertidumbre, nerviosismo y perturbación, debemos aprender a mantener la calma, la fuerza, la concentración, el respeto y la confianza.
Esta capacidad es esencial para trabajar con caballos. Y también para las relaciones personales y el liderazgo.
Los caballos interpretan nuestras intenciones y emociones a través de nuestro lenguaje corporal. Si nuestras acciones no se corresponden con nuestros sentimientos, se ponen nerviosos y muchas veces se apartarán de nosotros. Cuando logramos desprendernos de esa «máscara», se muestran tranquilos y pacíficos y normalmente se nos acercarán. Eso nos proporciona una información inmediata sobre nuestros sentimientos, pensamientos y actos.
Como animales gregarios que son, los caballos siguen un modelo cooperativo para relacionarse que se establece de inmediato tras el primer contacto. El caballo, en cuanto entres en su espacio, te tratará como a un miembro de su manada. El caballo espera una comunicación clara y verdadera, un comportamiento coherente y, sobre todo, una relación que le garantice confianza y seguridad.
El caballo tiene un peso y un tamaño diez veces mayor que el nuestro. Su reacción ante nuestro lenguaje corporal es franca y directa: coopera o no coopera. Al caballo no se lo puede manejar por la fuerza bruta, ni tampoco le influyen tu estatus social o profesional, tu nombre o tu riqueza.
Deberás encontrar una forma de liderazgo más profunda y sincera para establecer una relación de trabajo con él.